UN MENSAJE FINAL
No pienses que jamás te tuve en cuenta, ni que tus consejos fueron semillas en el desierto, ni veas en mí al parásito que succionó tu alegre juventud. Soy la prolongación de tu vida, la obra de tu sacrificio, tu propia sangre que feliz se agita cuando a casa volvías. Como la mayoría, cometí el onceavo pecado no decir: “te quiero”, blasfemo del amor filial, insecto temeroso de confesar lo que siente. Ha llegado el momento, descansa en esta silla vieja, tan vieja como mi arrepentimiento y déjame salir orgulloso por nuestro sustento y contemplar tus encanecidos cabellos, símbolos de sacrificios, vetas del amor silencioso de los buenos padres. Recordarás mis primeros llantos, mis pasos, mis preguntas infantiles, mis notas y al decirte que había ingresado a la Universidad, ahora que lo pienso la vida es como un tren veloz, el cual al volver nos permite presenciar los paisajes de nuestra experiencia, pero ¡Qué son esas lagrimitas! Es el momento de ser feliz, recuerda que los hombres no debemos llorar, Tengo tantas cosas que decirte que ojala que el inexorable tiempo no me robe este placer que los hijos suelen tener.

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